XVII

El mundo no es diferente a una piedra preciosa, no hay nada que no sea precioso, único, centelleo donde lo invisible y lo visible intercambian sus papeles, cambian a cada instante según la posición y la dirección de la mirada del observador atento. En el examen de gemas, en las aguamarinas, aparecen líneas fantasma, líneas que son visibles un momento y desaparecen al momento siguiente, como si nunca hubieran existido, juego de la presencia y la ausencia. En el zircón, debido al calor, las grietas de tensión irradian desde el cristal y emiten radiaciones, volcán en miniatura. Lo invisible no es otra cosa que lo visible, es la PLENITUD de la cosa misma, inabarcable, dosificada en el tiempo, la RELACIÓN completa, el punto de reposo y dispersión de todo lo visible, el punto de entrecruzamiento, despojamiento, la línea de fractura que sostiene, recorre y divide el mundo al infinito. La cosa desnuda se aquieta, se vivifica, en un afuera fantasma que intuye sin poder ser, sin poder nunca acabar de ser, siempre diferente a si misma y diferente de una diferencia esquiva. Persigue el sueño de su propia existencia, la pesadilla recurrente, hasta el final, hasta no poder más, imagen ígnea que lleva a los límites de los real.