V

Un acto de mundanidad es ajeno a la regulación y a la expectación, no es una acto de urbanidad regulado por normas ni una acción inédita que busca sorprender a los espectadores. La disrupción, el vagabundeo, el deambular de una lado a otro en el medio social como acto (im)propio del situacionismo, encarnado en Inglaterra por King Mob, guarda una gran distancia con los flashmob actuales, que en su afán de congregar, divertir y entretener a los participantes, y sorprender al ciudadano, sin llegar a molestarlo, manifiestan todo un otro uso de la acción, una comprensión diferente del mundo, la multitud (mob) y su relación respectiva. La convocatoria, más que auspiciar con sus actos la dispersión, incluso la desintegración del socius, busca recuperar una unidad pérdida, una comunidad de reconocimiento ideal, aunque nula de contenido, donde todos son iguales en algún sentido, hacen ostentación de la igualdad y la muestran cono signo de reconocimiento mutuo para sí, núcleo social, y signo de distinción, marca social, respecto a los otros. El carácter por ahora inofensivo de la sorpresa, el elemento lúdico, no excluye que en algún momento se transforme en algo más peligroso y tome un cariz más inquietante; el sentimiento de pertenencia al grupo puede adoptar muchas formas, depende de la naturaleza de la convocatoria y las intenciones de los convocados, no es de descartar que un acto que ahora avergonzaría a cualquiera se transforme dentro de poco en motivo de orgullo, más allá o más acá de la sociedad. Por otro lado, el flashmob más espeluznante de todos los tiempos ya se ha celebrado, tuvo lugar en los campos de exterminio, cuando los prisioneros en fila, después de bajar las escaleras de forma ordenada, se desnudaron, depositaron la ropa con cuidado, bien plegada, y ataron los cordones de los zapatos, para evitar su pérdida, a medida que entraban en la cámara de gas. Nadie se sorprendió.