XIII

La muerte es un hecho mundano porque es singular, irrevocable e irreparable. No es posible morir en el lugar de otro ni que otro muera por uno mismo. La vida no tiene recompensa ni premio al llegar a la meta, en el horizonte que con dificultad se divisa no nos aguarda ningún vergel. El corredor rompe la cinta, que cae con suavidad en el suelo, sin llegar nunca al otro lado, sin recibir los aplausos del público ni subir al podio. Lo único que hay al morir es el reencuentro con todo aquello que muere, murió y morirá. El moribundo y el muerto repiten la muerte de los padres, los abuelos, los hijos, el perro, el gato, los pájaros y hasta de los insectos más minúsculos. Todos mueren por igual; todos se reencuentran en el momento de cerrar los ojos. Es la primera fase del eclipse; la oscuridad no es el fin, todavía queda el último hálito, el movimiento definitivo, la relajación del cuerpo que abre de nuevo los ojos, focos ciegos que mantienen una mirada fija al vacío, que iluminan un punto desconocido, no localizable en el mapa, la muerte como distensión de la vida. Se muere al mirar.

XII

La persistencia, la constancia y la falta de gobierno del mundo se muestra en detalles tan sencillos como que el viento, por sí solo, abre y cierra las puertas, con independencia de cualquier acción voluntaria, y que las cosas nunca están donde y cómo deberían estar sino así y ahí donde están. Esta fortaleza exterior, reino inconquistable del afuera, que desafía cualquier ley moral, y esquiva los designios de la voluntad, constituye la solidez esencial de las cosas mundanas, la esencia de la mundanidad.

XI

Lo excepcional y lo singular no son acontecimientos raros y de baja frecuencia, no son un signo de penuria, no escasean, al contrario, abundan y están por todas partes, en todo momento, exceden nuestra capacidad de comprensión y asimilación, desbordan los sentidos y las ideas. A pesar de las apariencias, lo que se denomina "frecuente" o "habitual" ocurre muy pocas veces, es una rareza, en sentido estricto, no ocurre NINGUNA; tal concepto designa abstracciones y generalizaciones motivadas, interesadas o forzadas. La frecuencia no es un hecho objetivo, es un hecho bajo sospecha; con más razón cualquier tipo de estadística teórica o aplicada. La ficción aguarda a las puertas del cálculo y el análisis para iniciar, ante sus seguidores, la representación del mundo.

X

A causa de un descuido, el conductor del tren ha dejado el interfono abierto; el ruido producido por la estática llena el vagón de pasajeros, mezclado con el sonido del tamborileo de sus dedos al seguir una música que sólo él puede oír. Una joven cruza las piernas y reclina su cabeza hacia la ventana; cierra los ojos y deja caer lentamente sus cabellos teñidos, hacia un lado de la cara, para que la luz no la moleste. Detrás suyo, una mujer está de pie, apoyada en la pared; las piernas al descubierto dejan visible, por encima de la rodilla, el músculo que hace pequeñas contracciones, como si tuviera voluntad propia, a destiempo de las oscilaciones del cuerpo. A la derecha, el reflejo de un fluorescente, en la cabeza límpida de un hombre, crea una línea blanca radiante en el cráneo, aura eléctrica parpadeante; ajeno a este hecho, teclea nervioso el portátil. - ASÍ ES EL MUNDO, la serie y la colección de los detalles hilvanados en el tiempo y en el espacio, el tejido de la vida, frágil, delicado y efímero.

IX

Desde un punto de vista energético, surge la pregunta lógica de para qué gastar fuerzas y perder tiempo en creer en otro mundo, cuando el verdadero problema es que nadie cree en el mundo que le rodea, a pesar de que es un mundo otro al infinito, inacabable e ingobernable. Si nadie es capaz de creer, ni por un instante, en lo más próximo, al contrario, se presenta como la increíble creencia o la creencia de lo increíble cotidiano, es poco menos que pedir un esfuerzo desmesurado e inútil, la creencia en un lejano más allá. La respuesta también lógica es que por eso mismo, en realidad, no hay contradicción en esta actitud: la intensidad en la creencia en otro mundo, allá, es proporcional a la incredulidad frente a este mundo, aquí. El creyente es la otra cara del incrédulo, la culminación de la fe surgida del cansancio de la vida.

VIII

Evento es todo aquello que no se puede organizar; encuentro es todo aquello que no se puede prever, tesoro en el fondo de una mar oscuro y tenebroso, con puntos aislados de luz fosforescente, hundido en la arena. La organización de los eventos es una forma de anular el mundo como hallazgo imprevisible, raro y precioso; dar a los acontecimientos el carácter de "empresa", bajo planes de desarrollo, proyectos basados en estadísticas y análisis de tendencias, liquida la capacidad de sorpresa y el margen de maniobra, el coeficiente de imprevisibilidad esencial de las cosas. Uno de los juegos más sencillos, y quizá el más antiguo, el juego del escondite, demuestra un mayor conocimiento de la esencia del encuentro, una sabiduría superior; los participantes, concentrados como si nada más existiera fuera de ellos, saben desde el principio que sólo encontrarán, durante unos breves instantes, lo que está escondido, justo el tiempo impensable, emoción breve, y no puede estar sino oculto, perdido para siempre. El entusiasmo está ligado al hecho improbable, pero real, del descubrimiento de lo inencontrable, momento feliz, regocijo general. Encontrar es perder.

VII

Un mundo múltiple e inmanente, a solas consigo mismo, es difícil de asumir y soportar, muro impenetrable, no responde a nuestras suplicas, guarda silencio ante las cuestiones que una humanidad desconsolada formula sin descanso a través de la historia, en todos los tiempos y lugares. Los encuentros al azar, el vislumbre de una posible relación, siempre aparece bajo el signo de una multitud que no se define en términos de unidad, igualdad o identidad; la pauta de unión rehuye los efectos de una proximidad inducida, una inhibición lateral que malogra las relaciones interiores, de cara a constituir la multitud, y exteriores, dirigidas al encuentro con lo múltiple, y se funda en la soledad más absoluta y la fábula. Una banda de corazones solitarios, frente a un mundo real, mudo y nudo, imposible de identificar, punto de fuga que huye al infinito, no tiene más remedio que generar en respuesta una nube densa de fabulaciones, mitos y transposiciones, a modo de valla de seguridad en precario equilibrio, al borde del abismo, y horizonte de sentido en el que se proyecta, alucinación colectiva.

VI

Un grupo de adolescentes forma un círculo, mientras reina entre ellos una mezcla de nerviosismo y silencio poco habitual, y se pasan unos a otros, como si fuera un ritual de iniciación, una cámara con la que captan instantáneas sucesivas de sus ojos, a corta distancia, planos detalles en posición macro. Cuando el sensor digital llegue al corazón, el cerebro y los intestinos en la vida cotidiana, y no sólo en los quirófanos, atraviese los tejidos hasta las células, rebase la secuencia de aminoácidos, más allá de los laboratorios, y atisbe los átomos en el vacío, el mundo se engullirá a sí mismo como si nunca hubiera existido, reabsorción perfecta de la vida en la materia cósmica. Entonces el hacedor del mundo verá cumplido su sueño, una criatura a su imagen y semejanza, que alcanza un estado de conocimiento de tal magnitud que se separa progresivamente de sí mismo, como una tenue luz alejándose en la oscuridad, hasta que se disuelve y desaparece. La consecuencia directa del principio antrópico, paridad de los medios de conocimiento y el objeto a conocer, es la extinción de los conocedores en lo conocido, retroceso en masa de la humanidad, a través de la evolución del universo, hasta la nada absoluta. El ser vivo que contempla su código genético, anticipa su propia muerte, corre por delante de su sombra.

V

Un acto de mundanidad es ajeno a la regulación y a la expectación, no es una acto de urbanidad regulado por normas ni una acción inédita que busca sorprender a los espectadores. La disrupción, el vagabundeo, el deambular de una lado a otro en el medio social como acto (im)propio del situacionismo, encarnado en Inglaterra por King Mob, guarda una gran distancia con los flashmob actuales, que en su afán de congregar, divertir y entretener a los participantes, y sorprender al ciudadano, sin llegar a molestarlo, manifiestan todo un otro uso de la acción, una comprensión diferente del mundo, la multitud (mob) y su relación respectiva. La convocatoria, más que auspiciar con sus actos la dispersión, incluso la desintegración del socius, busca recuperar una unidad pérdida, una comunidad de reconocimiento ideal, aunque nula de contenido, donde todos son iguales en algún sentido, hacen ostentación de la igualdad y la muestran cono signo de reconocimiento mutuo para sí, núcleo social, y signo de distinción, marca social, respecto a los otros. El carácter por ahora inofensivo de la sorpresa, el elemento lúdico, no excluye que en algún momento se transforme en algo más peligroso y tome un cariz más inquietante; el sentimiento de pertenencia al grupo puede adoptar muchas formas, depende de la naturaleza de la convocatoria y las intenciones de los convocados, no es de descartar que un acto que ahora avergonzaría a cualquiera se transforme dentro de poco en motivo de orgullo, más allá o más acá de la sociedad. Por otro lado, el flashmob más espeluznante de todos los tiempos ya se ha celebrado, tuvo lugar en los campos de exterminio, cuando los prisioneros en fila, después de bajar las escaleras de forma ordenada, se desnudaron, depositaron la ropa con cuidado, bien plegada, y ataron los cordones de los zapatos, para evitar su pérdida, a medida que entraban en la cámara de gas. Nadie se sorprendió.